jueves, 11 de agosto de 2011

A modo de introducción.

Los domingos de mi infancia, a la una de la tarde, cuando mi madre -quien nunca había pasado la puerta del cine más que para dejarme allí con una bolsa de galletitas María,y un refresco – me encaminaba a la boletería y me despedía con un beso en la mejilla, traspasaba un espejo como si fuese Alicia en el país de las maravillas.

Desde la butaca del cine todo era inmenso, colorido y brillante. Las montañas del oeste, los edificios en Nueva York, el Río Grande, los revolucionarios y la Huasteca.

El cartel de Hollywood olía a imposible al igual que las fotografías de María Félix. Todo quedaba demasiado lejos y lucía exacerbadamente grande. Todo era ajeno.

El cine contaba historia de los otros pero tenía la magia de convertir  aquellas vidas ajenas en propias cuando me transformaba en el héroe o heroína de la historia.

Fue así que desde mi infancia estuve entre hermosas mujeres vestidas de huipil y hombres con poblados bigotes en su rostro. Viajé del sur al norte del continente, escapé a caballo robando a una hembra, comí tacos y bebí tequila mientras guitarrones y trompetas les cantaban a la luna desde un balcón tipo español.

No lo sabía entonces, años más tarde viviendo en el norte desde la aborrecida literatura de autoayuda descubrí que le llamaban: visualización.

Esa cosa de vivir teniendo entre las manos lo que se desea y aún no ha sucedido. Así, como si fuese cierto. Como si las películas fuesen la antesala  del porvenir.

La ilusión se vistió de futuro cuando treinta años más tarde el cartel de Hollywood desde las  montañas de Griffith Park se alzó como un ayuda memoria. Sus dimensiones cambiaron. Lo inmenso se convirtió en pequeño y el sueño se transformó en rutina.

Hoy desde un café llamado “Ecétera” cuya dueña es argentina, casi sobre el bulevar de las estrellas, inicio este blog que pretende contar parte de mi historia y de la historia que las revistas no cuentan.

“Welcome to Jolibut” es un relato de mi estadía -sin ser turista- desde la ciudad donde jamás he podido ver estrellas en el cielo, pero sí en el piso.


Victoria García.
Los Ángeles, CA
2011